Allí, en el saco
iluminado por el sol dentro del granero bajo el calor del verano que agradaba a
las moscas y molestaba a los animales, embriagando el ambiente de serrín y
madera, se encontraba erguido y con los pies a un metro del suelo en el pequeño
espacio de la sombra, donde un pequeño respiro de frescor aún permanece
enfriando los hierros oxidados del viejo arado, el cuerpo de Judas.