viernes, 29 de enero de 2016

Empatía.
Las aulas durante el verano
quedaban desiertas,
vacías,
solo se oía el murmullo grave
a través de los meses.
Sí, es una visón subterránea,
un espejismo salvaje.
La epifanía que surge
desde el interior del olvido.
Nos remitimos a la alucinación,
a aquello impronunciable;
lo que surge por ejemplo
cuando una mujer de correos
habla del ambiente cargado
o un adolescente ha sido tocado
por el aire extraño de la noche de San Juan.
Ves al hombre,
no mucho mayor que tú
desde una exposición de fotos
señalar en el mismo colegio
lo viejo conocido.
Sientes en su mano, lo que nunca has vivido,
el último verano de las aulas,
los divorcios, los primeros amores,
y sin embargo allí permanece
la misma cancha
pero cincuenta años lejos,
el instante que perdura a través de los meses
como el infatigable murmullo audible
de los días venideros.
Definitivamente aquel hombre
no dista mucho de cualquier hombre,
sentirá el invierno comunicarse con él,
sentirá respirar a las ventanas
y olerá el calor cuando en una oficina
la calefacción se hunda en su rostro.
La máscara torcida con esqueleto
ya le ha visto bailando
entre las columnas de la medianoche.
Lo verás tambalearse
como a un desconocido cualquiera
que por un instante ha sido arrojado
sobre las aulas comunes
y sentirás ya como el viento imparable
que deshace las huellas pisadas
pronto le hará testigo fugaz
de lo prescindible.