Una luz
constante gris
Se
reflejaba en una fuente ajena
A los ojos vacíos de las plazas.
Dijo ¡Sí!
hasta la altura
Hasta
la azul saciedad de los cuerpos.
El
helio de la tarde
Y el crepúsculo
visto entre las ramas
Esparcía su pálida luz sobre
Los montoncitos
de hojas,
Cubría de
un frío infantil la hierba.
Contemplaba
un estanque
Los
augustos sombreros
Volando
por los aires.
El
maquillaje setentona enturbia
Setenta
veces siete misas de ocho.
Crujido
desaliento de las voces
Gritando
a gritos nombre repetido.
Los
pétalos tristes blancos mecían
Sus
blancuras al viento.
Iban y
venían músicas de aire
De atardecer
humano.
Y en
las ramas otoñales un pájaro
Entonaba
una melodía lúgubre
En los
esqueletos, en los abrigos
De la
voz de los otros;
Los
señores negros que
Silenciosos miraban sin los ojos
La
noche oscura en un carro acercarse.
El
parque traía no se qué gesto
De belleza
guardada en los árboles,
Muslos
cálidos, de labios y labios
Hundiéndose
en cuerpos, placer
De la
carne y flor oriental oculta
Donde
ya era de noche.