lunes, 26 de octubre de 2015

No quiero servir de pasto en la noche larga.
He contemplado el retorno de los habitantes
que enmudecen bajo las cortinas
y el velo de un animal mágico dentro de un cuadro;
animales rodeados de fragancias, 
de claridad,
de luz extraña.
Te llevaban hasta dentro de su mano
y en ella veías un halcón
que se posaba entre la imagen real y tu mente.
Había un bosque dentro de un reloj
por el que paseaban animales que vertían otros animales
y así sucesivamente,
y en el centro de ese reloj
un árbol enorme se detenía ante tu vista.
He visitado un sillón por el que las enredaderas
cubrían las almohadas,
y en cada pasillo una hora se repetía,
sucesivamente,
sucesivamente,
de forma que en cada habitación
un momento de tu vida quedaba reflejado en un espejo.
Después,
he salido a la calle y he visto
un perro y una tienda de libros,
una plaza y el mar enfrente,
pero desde mí,
con un sentimiento de pérdida,
como si la noche se hubiese posado
y yo solo, desde una montaña
viese a los hombres vagar inútilmente;
ciertos lugares me sirven de refugio,
y cuando todo esté cerca de la noche estricta,
cuando todo se sirva en forma de reflejo,
seré un cuenco vacío
por el que habrán resbalado como gotas
los espejos de una casa escondida dentro de un reloj gigante.