viernes, 20 de mayo de 2016

Amo a las ruedas
y a las ventanas.
Reciclamos, 
deseosos de caminar entre la noche y el filo del amanecer
nuestros pasos, 
nuestros pies,
los sentidos,
las últimas personas que pasaron por nuestra vida.
Crecemos, aprendemos,
decimos sí y no.
Nos consentimos,
miramos las cabinas de teléfono
y llamamos al futuro,
a la mujer que aún no conoces,
al amigo
al que tiendes tu mano
porque aún no ha sido presentado en tu vida,
a los objetos, a los países,
a las Paulas, a las Celias,
a las carreteras secundarias.
Llamamos,
y renovamos el pasaporte
y los empleos,
soñamos con viajar en Ferry,
utilizamos la motocicleta;
siempre
buscando el lugar más lejano o más cercano del mapa,
¿Qué importa?
Atravesarás Castilla, mirarás Madrid,
Londres, Paris, Lisboa, Viena,
utilizarás el lóbulo frontal
y cuando llegues a la frontera
escribiras el manifiesto invisible de lo que queda por ver,
y siempre en viaje
y siempre en rumbo
solo es necesario un pie
que aceleré la moto
hasta el próximo instante.