martes, 18 de agosto de 2015

Algunas veces llegas a una ciudad
y miras los edificios ajenos
con mueca extraña.
Te acogen como en casa
y te arropan,
después te dejan entrar en el salón.
Acaricias los instrumentos,
los muebles, la madera,
hueles el olor extranjero de las plantas.
y te preguntan: ¿quieres algo?, pide lo que quieras.
Y tú,
con ojos huidizos
como si fueses alguien
que en mucho tiempo ha vivido entre caníbales,
desconfías de esa mano amiga;
pero te dice: tranquilo, no tengas miedo,
ya estas en casa.
Algunas veces llegas a otra ciudad
y te encuentras con un lugar que no pensabas;
te miran como se mira a un amigo
y rompen las piedras que habías construido sobre tí,
y excavan y excavan y te sacan
y te quitan el polvo de los ojos
para que veas y te preguntan: ¿puedes hablar?
Algunas veces la luz entra,
atraviesa los pasadizos,
los oscuros rincones,
los lugares que habitan en el interior de los nervios
y te abrazan.
Los sientes por dentro,
respiras como son,
ves que ellos también estaban ocultos en tumbas
y que aún no han muerto.
Algunas veces, de camino
piensas si de verdad la ciudad es negra,
si los pájaros son negros,
si el agua es negra.
Algunas veces, recuerdo,
que caía la tarde, las hojas marrones;
veías los portarretratos
y pensabas en la noche próxima.
Pero llegaba el momento de irse
y la ciudad a lo lejos brillaba,
como brillan las perlas de la lluvia en la canción
de Jacques Brel.