martes, 14 de abril de 2015

Se levantó para hacer pis. Había bebido demasiada agua durante la cena. Fue una cena realmente copiosa, repleta de sopas y fideos con mucha sal. Multitud de fideos nadando como peces en el fondo del mar, del caldo con burbujitas grasientas; tres platos en total que bajo malos cálculos de la sal, primero fue totalmente sosa y después pasó a convertirse en algo cercano a la muerte, fueron tragados a través del esófago, hasta por fin acabar bajo el influjo dictatorial de los fluidos gástricos, mientras las neuronas enviaban y recibían señales gustativas. Habían transformado totalmente el cuarto de baño. Bajándose lo justo el pantalón del pijama con el miembro en la mano arrastró un chorro proveniente del líquido acuoso que durante horas se había ido almacenando en la vejiga y pensó en el amor. El aire cálido del verano con olor a flores penetraba a través de la habitación, rellenando los orificios de las paredes, y el sonido sordo de los grillos campar a sus anchas entre las hierbecillas y olía a césped recién cortado y a noche plácida. Tras tirar de la cadena, abrió la ventana y contempló las estrellas. El cielo estaba despejado y aunque la contaminación lumínica impedía disfrutar del cielo nocturno en su totalidad supo distinguir tres constelaciones aprendidas durante su infancia. Se tiró un pedo. Apretó un botón del cual emanaba un vapor semejante al de las nubes con olor a lavanda y decidió volverse a dormir. Mientras bajaba una a una las escaleras del hostal alguien le detuvo. 
-Chs. Eh. Eh. Oye.
Escuchó a una silueta susurrar entre la oscuridad y levantó las manos de forma absurda, como si alguien le estuviese diciendo: “la bolsa o la vida”. 
-¿Estás ahí? ¿Tú que crees del que se aloja en la habitación de al lado? ¿Es un tipo extraño verdad? 
El señor, aturdido, no sabía que responder. Bajó lentamente las manos, sabiendo que la cosa no iba con él, o por lo menos que no pretendían atracarle y pasó de largo como si no hubiese escuchado nada. Haciendo un terrible esfuerzo por no tocar el suelo, atravesó lentamente el umbral de la puerta pretendiendo de esa manera que por no hacer ruido no iban a verle, ralentizó con los párpados el tiempo y sus ojos, acostumbrados ya a la oscuridad, sintieron el color rojizo de las alfombras y el granate acolchado de las paredes. Daba auténtica angustia permanecer allí, en ese pasillo.
-Eh. ¿No crees que no sea raro?
Continuó caminando a paso lento tratando de no hacer ruido hasta que sus pasos se vieron totalmente truncados por la pesadez del hombre. 
-¿Qué crees que por no hacer ruido no te voy a ver? 
El señor le miró, y respondió, con un tono de voz franco y seguro:
-Sinceramente no pretendo absolutamente nada con usted. En ningún momento he tratado de servir a su causa y por ello, por lo que me concierne, no quiero participar de ninguna manera en lo que usted me dice. Si algo me impide andar correctamente, es el hecho de que mi mujer esté ahí dentro leyendo la biblia y no quiero perturbar su silencio. No tengo ni la menor idea de quién es el señor que se aloja en la pared contigua a mi habitación ni quiero saberlo. En menor medida sí que me interesaría, si me permite, disculparle y dejarle a su recaudo la investigación. No trato con esto, como usted podrá comprender, de menospreciar su investigación, solo quiero cumplir las tareas que como marido me han sido impuestas. Verá, todas las noches, mientras la tranquilidad del hogar nos acompaña, mi mujer desde hace unos años lee la biblia. Por supuesto no creerá que seamos creyentes. Ni mucho menos. Ha sido un acto puramente repentino. Repite una y otra vez el versículo dedicado a San Pablo, capítulo que en este preciso instante, debido a la somnolencia y el cansancio que me acompañan no puedo recordar, sin embargo, que curioso es el cerebro humano que ya no lee sino que camina sobre las hojas recitando los versos de memoria. Es por ello que finge su lectura. Ya sé lo que usted piensa, es una costumbre extraña después de todo, pero se afana por intentar parecer normal. El hecho es que no cambia de capítulo. Yo, como marido, la observo una y otra vez repetir el mismo verso hasta que; fingiendo siempre que estoy escuchando y creyendo que realmente lee, quedo sumido en un profundo sueño que solo en los primeros rayos del alba, cuando el sol asoma su radiante cabeza por oriente, despierto y la veo con la falda medio subida y la biblia en la mano, dormida. Entonces, enciendo un cigarro y apoyado sobre el borde de la cama, permanezco pensativo y alarmado sobre el matrimonio. Con esto, querido huésped, le deseo suerte con su investigación. Un cordial saludo y que descanse.