jueves, 30 de octubre de 2014

Una bolsa de basura cayó en la carretera del túnel. Los coches apenas podían ver la parte trasera del coche siguiente. Alguien, en el ayuntamiento, olvidó aquella mañana que había que encender las farolas. La bolsa negra se iba resquebrajando, repartiendo peladuras de plátano, comida, un juguete roto, un cepillo de dientes. Aquiles miraba desesperado el atasco. Levantó la vista sacando la cabeza afuera de la ventanilla y respiró el aire embriagado de ciudad. Una moto esquivó varios coches y se perdió en la luz al final del túnel. Miró el reloj y ya llevaba diez minutos dentro. Tuvo la sensación de los diez minutos exactos, era lo que él consideraba diez y no, como otras veces se decía, que fueran diez min cortos y otras veces diez largos. Pensó en la boca del túnel y acto seguido en la muerte. Cuando se giró, en el asiento trasero, había aparecido de la nada una silueta parecida a la de un hombre. No era un hombre exactamente. Era un ser de otro mundo con forma humana pero que por supuesto no era hombre. Parecía más bien una sombra. Cuando la luz de afuera entraba, tomaba facciones más humanas. Ninguna persona regida a la ley de Dios podía darse el derecho de aparecer en el asiento trasero del coche. Se escapaba de la lógica y era esta, según el génesis, la primera ley creada. Afuera se hacía cada vez más oscuro. Aquiles, que nunca sentía miedo, hoy lo sintió. Solo estaba de camino, y aunque ahora había perdido totalmente la noción del camino, una voz quería hacerle recordar su objetivo. Volvió a mirar el reloj y no había pasado ni un minuto. Dubitativo, vaciló en dirigir su mirada extrañada en el espejo retrovisor. Cuando lo hizo, dos ojos rojos, enormes, igual que dos balones de fútbol, habían aparecido en la oscuridad. Recordó la luz al final del túnel y lo primero que pensó es estar muerto. Sin embargo, tras tomarse el pulso, sintió el alivio de seguir palpitando.

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