martes, 25 de noviembre de 2014

Una luz constante gris
Se reflejaba en una fuente ajena
 A los ojos vacíos de las plazas.
Dijo ¡Sí! hasta la altura
Hasta la azul saciedad de los cuerpos.
El helio de la tarde
Y el crepúsculo visto entre las ramas
 Esparcía su pálida luz sobre
Los montoncitos de hojas,
Cubría de un frío infantil la hierba.
Contemplaba un estanque
Los augustos sombreros
Volando por los aires.
El maquillaje setentona enturbia
Setenta veces siete misas de ocho.
Crujido desaliento de las voces
Gritando a gritos nombre repetido.
Los pétalos tristes blancos mecían
Sus blancuras al viento.
Iban y venían músicas de aire
De atardecer humano.
Y en las ramas otoñales un pájaro
Entonaba una melodía lúgubre
En los esqueletos, en los abrigos
De la voz de los otros;
Los señores negros que
 Silenciosos miraban sin los ojos
La noche oscura en un carro acercarse.
El parque traía no se qué gesto
De belleza guardada en los árboles,
Muslos cálidos, de labios y labios
Hundiéndose en cuerpos, placer
De la carne y flor oriental oculta

Donde ya era de noche.

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