lunes, 26 de enero de 2015

El arquero.

De algún modo, el tirador de arco logró atravesar la barrera del sonido. La gente,
 en general apostaba por el no pero él con gesto triunfante, alzó las manos en señal de victoria y rompiendo el arco, gritó un hurra por el logro.
Para los extranjeros; que nunca habían visto tal espectáculo, les resultó todo tan extraño que muchos murmuraban en voz baja y giraban la cabeza en actitud de incomprensión.
Las chicas gritaban y cuando él sonriente dirigió su mirada hacia ellas, comenzaron a entusiasmarse de tal modo que fuera del estadio, un rumor femenino se extendía a lo largo del erial.
Un conocido antropólogo estaba de visita. El informe positivo que dio a semejante costumbre fue corroborado en repetidos gabinetes hasta que aquello, años más tarde, llegó a utilizarse para explicar el motivo de la caza en lugares desérticos.
El juego consistía en cruzar la barrera del sonido, provocando con una sola flecha el estruendo que se formaría si un caza militar atravesase el estadio. La clave residía en mantener este ruido durante el máximo tiempo posible. Aquel que lo lograse sería galardonado con no solo la fama y el reconocimiento durante décadas sino la valiosa recompensa de ser sacrificado en honor a los Dioses.
Año tras año fueron muchos los que fracasaron. Aquellos que no lo conseguían eran enviados a sus casas de nuevo, con el único recuerdo de haberse acercado al altar.
La explicación de dicha costumbre según el enfoque materialista estaba estrechamente relacionada con la supervivencia. Una sociedad que dispone solo de tecnología para mantenerse viva en mitad de un terreno tan árido, es perfectamente entendible que busque costumbres que premien la muerte.
Cuando la hoguera fue encendida dentro de aquel altar majestuoso, enorme a los ojos de los hombres y enteramente construido de aluminio, todo el estadio se levantó y comenzó a aplaudir. Muchos tenían lágrimas en los ojos. Sus rostros quedaron anaranjados por el reflejo de las llamas, y tras arrojarse el héroe; el silenció brotó de repente, como un si un golpe violento hubiese enmudecido todas las bocas.

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