miércoles, 13 de abril de 2016


La luna celeste mira con gesto maternal
su luz en los rosales del parque San Francisco.
Aunque los perros aúllen,
y aves del desánimo canten a través de tus espaldas,
los oigo,
esperan los tambores de un ejército.
Una insondable esfera es el mundo con auriculares en los polos;
no emiten música a estas horas en que anochece.
Se escucha un silencio tribal en el estanque.
Los pájaros dentellean espumas pálidas
y poco a poco este lugar se va adormeciendo,
las cucarachas negras recogen su espanto de universo
y una luz de avión atraviesa el cielo en dirección al norte.
Hay un cuarto de luna que reza
mientras las estatuas parecen pronunciar dictados solemnes.
La fotografía es un abanico silencioso
al igual que el pavo real hundiendo el pico en el ala cuando duerme.
Por allí vienes y veo como te acercas,
hemos estado mirándonos el uno al otro.
Los bancos de madera nos separaban
a cuatro pies de distancia.

Veo como te acercas en paso simétrico.
El viento comienza a ser cálido aproximándose Mayo.
Un aura de realidad y un sueño se miran.
Y yo me pregunto si de verdad existe mi sombra en el espejo que veo entre tu ojo y el mío
y yo me pregunto si solo coincidimos con
los sentimientos ajenos
que reflejan nuestra propia sombra en su especie.
Es entonces cuando soplo la vela y la oscuridad inunda las butacas.
Siento los pies dudar de su carne,
las rodillas expandirse 
y el vientre empujar los instrumentos de una intro.
La película ha coloreado los silencios
y de lejos suena la calle.
La noche es amiga del corazón.
Comienza así el encuentro de las camas,
de las gotas despedidas contra los espejos,
de los abrazos mutuos,
de las narices hundidas.
Provocas el destemple del cuerpo
en la respiración acelerada de un cisne.
Hablamos del idioma,
y nos rendimos ante el yo del todo presente,
escuchando bajo nuestros pies 
la lagartija del suelo en el piso,
el epígrafe del baile del reptil en tu saliva
y mi latido conforma
la soledad inmensa del amor en tu cuerpo.

Contemplo la mañana con el café en la mano,
pronto las estaciones serán puertos de viaje,
nos expandiremos ya en la mezcla de los países.
He querido escribir sobre el latido de la vida,
pero es probable que amanezca en Lisboa
pero es probable que no haya palabra que lo intente
porque no regresaré de ese viaje,
porque escribir es acariciar la palidez de un trayecto no realizado.
Cruzo la acera,
los taxis y las gaviotas son testigos de la luz cuando me das la mano.
El cine y el amor hacen estragos en cada punto cardinal de un mapa
y nuestros recuerdos en forma de regreso a Ítaca prosiguen.
Pero, ¿Qué fue del antes?
¿Antes de la línea entre la nuez y la boca?
Antes de todo, ¿Antes de ni siquiera haber nacido?
Compongo canciones a veces como el antiguo poeta ebrio
de una vieja antología de poesía China,
desde un saliente donde se ve el cantábrico, Santander
y los aviones aterrizando en Parayas toco tonalidades menores
que escuchan los reactores, el queroseno 
y la hierba mojada de la tarde.
Quizás me apoye en un neumático
y piense que un día quince, miércoles, como hoy
te visité por primera vez.
Quizás componga una canción sobre el pasajero del asiento 69
que pronto amanecerá en cuerpo y ojos en Portugal.
El avión que ya suena en el parque San Francisco
y yo quiero abrazarte, sentados a un dedo de distancia
pero mis manos no me responden,
temen el desaliento, la ironía y la fuga.
Ha brotado una barrera invisible que ahora no comprendo
me rebosa y me hace dudar del equilibrio
porque el amor debe de nadar en el líquido que guardamos en nuestro oído,
esa es la razón definitiva por la que mueve montañas,
por eso sientes que se viene abajo el mundo,
un ataque de vértigo tras el golpe de un tímpano
es motivo suficiente para creer en terremotos.
No hay más que un ojo y un mundo.
Pero no son mis manos las que se acercan
sino las tuyas,
anidan tus anillos robados en los botones de mi camisa.
De tus uñas veo nidos,
de tu media sonrisa veo lo que guardas.
Deberíamos condenar a las tecnologías,
y sentir la incertidumbre de una carta.
Ahora que estamos cerca,
veo la espontaneidad de este cielo,
de los perros que antes fueron bestias
y que ahora mueven la cola amigables.
He despertado de un mal sueño, 
veo el cine poco a poco vaciándose de gente
y el último espectador que queda eres tú.
La última llamada antes de mirar el nombre en los créditos,  
tu nuez mirando el movimiento de una ola;
bailando en el columpio que hay entre el beso de la pantalla
y el nuestro.
Siento de tu tacto la respiración del imán
y el dibujo, 
siento, cuando nuestros pasos se alejan lentamente de las taquillas
que el sol va saliendo por detrás de los edificios
y entonces, decidimos
dar un paseo juntos entre la realidad y el alba.










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