Guía en la frente un depósito
de circunstancias de flaqueza,
una voz,
un mugido que derrumba la edificación
desde dentro
cuando la herida ha sido una ligera circunstancia
y el reflejo del agua nos divide.
Por eso hablo,
y miro mi mano y cambio a lo lejos
el verbo
alcanzando tu mano
hasta tocar aquello que no podemos ver.
Un aprendizaje que se vive
para correr o navegar
hasta vislumbrar desde la especie
el punto de no retorno.
Una vez allí,
empezar de nuevo,
hacer firme la implacable muestra de no decaer en la palabra
cuando la palabra sujeta
justo antes de haber nacido.
Es una batalla interminable,
no existe final, ni límite,
se exploran los intersticios,
las muestras analizadas de un laboratorio
sin aferrarse a la fe.
No es hablar de amor,
o al menos de su útil muleta,
es amar en cimientos
disimulando la pasión en el rostro
cuando suena en la cafetera
un valor de pájaro en la espalda.
Después, durante el día
escuchas la necesidad de aprender
de un segundo en sus laterales,
de recorrer cada una de sus estancias
en un reloj parado.
Era así,
esta era la advertencia,
las profesiones que alimentan
capitales con acordeones balcánicos
que retumban
como un rugido
en la sonrisa de un niño.
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