domingo, 19 de octubre de 2014

El absurdo y el orden.

Ayer me han doblado un libro, un ejemplar de alianza de bordes blancos, bastante ligero de unas ciento cincuenta páginas. Todavía no he visto el libro; sin embargo, varias personas me han dicho que el libro no estaba bien, aunque extrañamente se lo dejé a otra persona en particular y por alguna razón, otra persona ajena a esa primera sabe la situación desfavorable a la que se ha visto sometida la portada del libro. Unas horas antes me acabaron de romper el paño de la puerta; supe que se llamaba paño porque un señor en el desguace me dijo, -¿Qué nesesitas? Y yo mientras miraba piezas, hierros doblados, rojizos, con la pintura ardiendo y apilados unos encima de otros, trayendo a la piel el escozor de los ácidos, mientras le caía una gota de sudor en la cara grisácea, manchada por el tiempo, un rostro algo roto por los años y escuchaba esa voz con las articulaciones relajadas, le dije que estaba buscando algo del lado de la puerta, donde está el pestillo. El me dijo, ehpera tiene el coche ahí? Y yo sí. Mira. Fuimos al coche y me dijo. Ah el paño. Y yo sí sí, el paño. Atravesamos más esqueletos metálicos, puntas afiladas como cuchillos y rostros desencajados. Preguntó por el walkie si había algún tipo de coche de ese año. La respuesta fue negativa. Quien me había roto el paño del coche, fue un tipo que conocí la noche anterior en un bar cerca del polígono de nueva montaña. Hablaba inglés y estaba de paso. Tenía el camión aparcado cerca de allí por lo que se pasaba las tardes en aquel bar. Desde aquí iría en dos días hasta Portugal y de Portugal regresaría a Inglaterra. Llevaba veinticinco días sin pasar por casa, durmiendo en el camión y solo le había visto tocar la guitarra una vez. Una vieja acústica de folk. Solo una y desde allí a Portugal. Tenía pinta de haber boxeado. Me acordé del paño de la puerta por la noche, en el momento en que una botella bajaba rodando a lo largo del río de la pila y chocaba contra otra botella de cristal que a su vez venía empujada por una zapatilla converse y daba de lleno en las botas dr Marteens de una chica con gafas de pasta y una camiseta de pull and bear la cual hablaba de forma extraña con un chico de estatura media que parecía bastante borracho por otra parte expectante y alerta por la imagen de un yonki que sin querer o queriendo había chutado una lata que acababa de golpear la botella inicial y que desafortunadamente golpeó a la novia de quien no debía, un tipo de aproximadamente metro noventa, cuerpo muy atlético que respondió cogiendo por el cuello y golpeando cabeza contra cabeza al pobre hombre que pedía perdón y escuchaba –Te voy a reventar hijo de la gran puta, vas a escupir sangre y luego llorarás. Alguien me estaba comentando el estado de mi libro y dándome el sabio consejo de nunca dejar un libro en una conversación cuyo hilo era el absurdo y el orden.

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