Resultaba tan triste
Como el idioma de las plazas,
Las violentas palomas
Erguidas en rostros ancianos,
Era el hombre, el destino
Absurdo Dios que canta,
Un vals en maitines.
Aún recuerdo aquella hora,
Recién llegada y con prisa;
Cubierta de sedas y ojos
Pesando la abultada existencia.
Tengo miedo, oía el susurro
De la gallina colérica
Y el tenedor en su vientre.
Tenían prisa las rupturas rojas
En frente del estanco
Al lado del mar, del nombre,
Una tabla que arrastraba,
Hacía ninguna parte
Esta ciudad, y siempre algún vigilante,
De esos de cuadrícula y cerebro
Hablaba de encauzar
Con su brillo a todos los peces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario