domingo, 6 de diciembre de 2015

Solicito un vaso de agua hervida.
Quiero preparar un pozo blanco
que me distraiga y me ame,
una cuchilla y una gota de sangre
en un vaso de agua hirviendo
sobre el que hundir la manzanilla.
Me he quemado la lengua
y he soportado el filo sobre la piel,
y sobre la piel tus manos
y sobre tus manos mi sangre.
Después me he adentrado con espasmos,
en el interior de una cuerda,
la cuerda que atraca el sobre de manzanilla
y reparte hojas en el interior del pecho,
la que cambia el volumen del agua en la madera.
He cogido un teléfono y he llamado
a ningún sitio,
después me he ido a la bahía con la cuerda,
la cuchilla, el vaso blanco,
la silla que encontré en la basura,
el payaso que pedía en la calle,
la flor que perdía sus hojas
para aliviar el estómago del enamorado
y el mal color del suicida,
y he relacionado los pétalos con la sangre
el pacto de amistad con cada flor que cae.
Marchita la hoja,
alivia dolores.
Las monjas las repartían a niños caraduras
que fingían dolor de estómago.
He contemplado el vaso de agua hirviendo
y el camarero mascar chicle.
Con el brazo sobre la barra
imagino lo absurdo que sería mi suicidio

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