Entré en el humo y no había nadie,
después
de haber iluminado
una pócima de neblina blanca
en una calle que huele a chimenea
y a los primeros decoros del viento.
Después
un duro golpe
como si una grieta quebrara el hielo
y se arrojara detenidamente
en la arena de ángel respirando
sobre su propia lluvia.
Llamé a la puerta y se escuchaba
dentro
la respiración,
el ritmo frenético de los ruidos repetitivos
y la esperanza.
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